El amanecer fluía a chorros, ladraban los perros del alba, quizás sonaban los Blues de aquel país sin nombre.
Nos arrastraba la corriente hacia un destino desconocido.
La noche quedó vacía cuando la luz asesinó a las sombras.
Tú me dijiste, aquí ya no hay nada que pueda retenernos, y nos fuimos tranquilamente calle abajo, mientras murmurabas: sólo vale la pena arrodillarse para recoger flores.
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